lunes, 23 de enero de 2012

El estándar de Mérida



NOTA: Este material es parte de mi columna semanal Nada por sentado publicada todos los lunes por el Diario de Los Andes: www.diariodelosandes.com.



Luego de más de dos décadas viviendo en la ciudad de Mérida, puedo afirmar, en base a la experiencia, lo que fue una percepción inicial durante mis primeros meses como “ciudadano merideño”.
Aclaremos el punto: cuando, proveniente de Maracaibo, llegué a Mérida, allá en 1991, observé que estaba arribando a una ciudad con unos estándares más elevados en cuanto a calidad de vida. Debemos recordar que la Maracaibo de hace 20 años era una caótica aglomeración de más de un millón de habitantes (hoy son más de 2 millones 800 mil personas) con muy poco que ofrecer en cuanto a ornato, servicios públicos e incluso infraestructura.
Por su parte, la Mérida de hace 20 años atrás si bien precaria en cuanto a la monumentalidad de una ciudad (digamos que modesta en cuanto a sus pretensiones de urbe), era un espacio donde la belleza de los parques, la limpieza, el tránsito, el entorno natural, el clima y el trato de los habitantes, se conjugaban para enamorar a cualquier visitante.
Por eso, era sorprendente escuchar a los habitantes de Mérida quejarse de la inseguridad de Los Curos, calificando el lugar como “zona roja” cuando lo que uno veía – como recién llegado a la ciudad – era una agradable comunidad con uno que otro malandro pero muy lejos de las bandas y la violencia de ciertos sectores de Maracaibo. Ni que decir de lo que pensaría un caraqueño, un valenciano, o un maracayero, por nombrar sólo algunos de lo que venían a Mérida y notaban un remanso de paz donde los propios merideños veían un desastre en cuanto a la seguridad.
Así eran también las críticas locales para con la limpieza de la ciudad: “Mérida es un desastre…Hay basura por todos lados…La alcaldía no sirve”. Y uno miraba y comparaba a Mérida con su ciudad de origen y lo que veía era una comunidad sino perfecta, al menos bastante limpia y ordenada. Con el transporte público lo mismo: “Los buses están viejos, se viaja incómodo, no pasan a la hora…”, criticaba el merideño autóctono…Y, nuevamente, uno se acordaba de los buses de su ciudad de origen y pensaba: “¡Pero bueno! ¿qué tanta crítica si aquí el transporte es muy bueno?”.
El estándar de los merideños era elevado para con la calidad de vida que aspiraban de su ciudad. Y pienso que todavía se mantienen ciertos rasgos de aquel ideal que animaba a los habitantes de Mérida, hace dos o tres décadas atrás.
Es decir, pienso que aún existen suficientes ciudadanos que exigen a las autoridades alinearse en torno a un estándar que tal vez sea uno de los más altos de ciudad venezolana alguna.
Lo digo porque apenas en diciembre pasado viajé a Maracaibo a visitar a mis padres y familiares. Pude pasear bastante por esa enorme y calurosa urbe y aunque la metrópolis ha mejorado en cuanto a infraestructura y ornato, aún es posible observar la existencia de dos o tres “maracaibos”: una, la que se asemeja a Miami, con sus comercios, vialidad, mobiliario urbano y servicios modernos y eficientes; otra, la que subsiste entre calles llenas de huecos e inseguridad brutal y otra, la que sencillamente te transporta a los barrios más inhóspitos donde no hay calles, las aguas negras circulan como ríos y donde niños desnudos y harapientos juegan entre cerros de basura.
Mérida tiene aún un tamaño, un “formato urbano” que, pese a las limitaciones para con su crecimiento, es una camisa de fuerza para evitar desbordes poblacionales que hubiese degradado aún más la calidad de vida.
Pienso que Mérida sigue exigiendo calidad de vida en una proporción que los habitantes de otras ciudades verían como exagerado. Visitantes que ven a Mérida limpia, ordenada y hermosa cuando nosotros (y en este caso hablo ya como merideño) pensamos que hace falta mucho por hacer en limpieza, seguridad, ornato, servicios, transporte y vialidad. Es un estándar que no debemos pender porque de hacerlo condenaríamos a Mérida a ser una ciudad conformista, que celebra cuando le recogen la basura o grita de alegría cuando tapan un hueco en la calle.

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