domingo, 27 de enero de 2013

Sentenciados





Hubo un momento en el que la palabra “colectivo” sólo aludía  a causas nobles, orientadas a lograr objetivos sociales guiados por la justicia. Así, surgieron colectivos teatrales, ambientalistas, musicales, educativos, entre otros. En suma, un colectivo era un grupo de hombre y mujeres (de cualquier edad, raza, credo) con la conciencia suficiente como para dar el paso de la unión, la participación y la acción en pro de sus semejantes.
Pero ahora la palabra colectivo ha sido secuestrada por grupos cuyos objetivos, descaradamente publicitados, van dirigidos no ha la vida sino a la muerte.
El asesinato, la semana pasada,  de tres jóvenes en el bloque 32 del barrio 23 de Enero, en Caracas, ha puesto en evidencia una siniestra faceta de ciertos grupos urbanos quienes, bajo la denominación de colectivos pero armados para la guerra, han decidido exterminar a aquellos que por distintas razones no comulgan con sus ideas o que han tenido la mala fortuna de tener algún incidente personal, familiar, económico, político con algún miembro de estas organizaciones.
En este caso el colectivo Henry Suárez, quien se atribuyó la ejecución de tres jóvenes, no sólo procedió de forma organizada, metódica y cruel contra sus víctimas, sino que dejó la advertencia de que seguirán asesinando cuando lo crean conveniente.
El referido colectivo difundió panfletos con una lista de sentenciados. Como para que no queden dudas de la seriedad de sus advertencias, tres de los nombres de la lista de muerte corresponden a Elías Benjamín Laya Salazar, de 17 años de edad; Ángel Rodríguez, de 22 años de edad; y a César Andrés Torres Arreaza, de 26 años de edad, los tres jóvenes cruelmente asesinados en la incursión del Bloque 32.
De este episodio de violencia no sólo queda la constatación de nuevas cotas de inseguridad para los venezolanos, sino que la muerte viene precedida por una organización certera y de una inusitada crueldad en sus procedimientos.
En la historia contada por algunos medios que reseñaron la acción criminal del 23 de Enero se afirma textualmente que “a una de las víctimas la lanzaron desde el piso 11 del edificio; con anterioridad lo conminaron a que él mismo se arrojara y que si no lo hacía lo amenazaron con tirar a su hijo recién nacido; finalmente lo lanzaron al vacío y murió por politraumatismos”. Con razón una mujer, familiar de uno de estos desafortunados sentenció en tono de profunda rabia: “No les deseo la muerte porque eso les queda muy grande”.
Queda saber si los órganos de seguridad del Estado pueden evitar que se cumpla la amenaza pública de asesinatos hecha por el referido colectivo o si estamos a las puertas de la instauración de una macabra metodología en la que muerte – y el miedo como subproducto - es el recurso para zanjar nuestras humanas diferencias. 

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