domingo, 25 de mayo de 2014

La cortesía: más allá de los buenos días





No seré tan dramático y negativo como para decir que a los merideños no nos queda ni un rastro de cortesía. He tenido referencias de gente venida de otras zonas del país quienes, luego de visitar la ciudad de Mérida,  e incluso algunos pueblos de nuestro estado, se van con el buen sabor de haber compartido en una región en la cual sus habitantes aún practican la humana acción de sonreír, dar la mano, dar las gracias, desear los buenos días, ponerse a la orden.
Es decir, aunque los habitantes de más edad, esos que han visto el evolucionar de Mérida en el tiempo – de calmada e introvertida urbe a ciudad con ciertos aires cosmopolitas y abierta a todas las visiones y pensares de nuestra propia Venezuela – consideran, estos abuelos, que es mucho lo que se ha perdido de cortesía, aún pueden verse rastros, vetas o,  para aquellos más pesimistas, piscas de cortesía en alguna calle o esquina.
Entonces me cuento entre los que creen que la cortesía, como rasgo humano deseable – indistintamente del punto del planeta donde uno se encuentre -  aún vive entre nosotros, que no se ha ido del todo y que es expresada en la cotidianidad de la vida sencilla que aún se suele practicar entre estas montañas.
Lo anterior no significa, sin embargo, que no existan razones contundentes como para estimar la urgente atención de la cortesía como patrimonio.
Hablamos de la cortesía como gesto nacido de  valores humanos como el respeto, la humildad, la tolerancia, la bondad. Es decir: la cortesía como expresión continuada de previos valores de la gente, esos que se construyen al fuego lento de las tradiciones, de un modo de vida sosegado y alejado del atropellamiento de los demás.
Es buena la aclaratoria de este tipo de cortesía que merece atención en términos de rescate cultural, ya que en los tiempos que corren, la cortesía también ha sido llevada a los terrenos de la impostura, de barniz para el acompañamiento de prácticas comerciales que requieren personal altamente cortes, no tanto porque así les nazca sino porque en los manuales corporativos la sonrisa es parte de la mercancía. Aunque se comprende que para atender a un cliente lo mejor es una sonrisa y unos buenos días afectuosos, ciertamente la cortesía que defendemos aquí o a la que hacemos alusión en estas líneas es la que habita en el trato más humano que hace parte del inventario cultural de la gente y que cobra forma espontánea en una buseta, en el mercado de verduras o en la cola del banco.
La cortesía es, desde el anterior punto de vista, un patrimonio y por ende debe ser visto desde la perspectiva de lo que representa en la identidad de la ciudad, tanto para sus propios habitantes como para quienes visitan a Mérida.
Debemos esmerarnos porque la cortesía reciba el estímulo para que se fortalezca a partir de la reactivación de los valores que la acompañan.
En ese propósito de hacer que la cortesía no se vaya, no desaparezca o no quede como curioso remanente de una Mérida de fotografía, se han anotado instituciones como el Grupo de Investigación Sobre el Espacio Público (Gisep), adscrito a la Facultad de Arquitectura y Diseño de la ULA, y desde el cual se ha construido, con el concurso de una gran cantidad de colaboradores, una estrategia sencilla pero necesaria para tenderle la mano a la cortesía, con el ánimo de que tome impulso como aspecto característico de Mérida.
Bajo el lema de “Bienvenida la cortesía”, en los próximos días en la ciudad se verán los gestos de aquellos que no desean que la cortesía se nos vaya.
Con un gracias, una sonrisa, un favor, una atención, la estaremos convenciendo para que siga habitando entre nosotros.


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