domingo, 10 de junio de 2012

Algo pasa: cada día son más



La indigencia es una de las revelaciones de que los asuntos en nuestra sociedad no están funcionando como deben. Y no me refiero a esa indigencia que algunos intentan camuflajear como de “personajes típicos y pintoresco de la ciudad”, sino a la masiva, a la perturbadora, esa que nos asedia en cada esquina, como recordatorio crudo de la exclusión.
Es bueno aclarar esa alusión a los personajes típicos. El hecho de que, por ejemplo, haya existido una Amalia o un Amador, deambulando por las calles de Mérida en medio del saludo alegre de los parroquianos, no implica que esos seres  vivieron una vida feliz y despreocupada. Amador tenía serios problemas mentales y de alcoholismo. El hecho que en medio de sus desventuras transmuten a pintorescos emblemas de la ciudad, pudiera ser – especulo yo -  una especie de ardid social para “sentirnos menos culpables” por la suerte de estas personas a la deriva.
Pero lo que estamos viviendo hoy día dista mucho de unas pinceladas folklóricas por calles, esquinas y plazas que han sido tomadas por los desamparados. Incluso Nancy, la muy famosa “Fiscala” de la avenida las Américas con Viaducto Campo Elías, ha quedado opacada ante el surgimiento de una competencia de pedigüeños por necesidad o por sinvergüenzura.
La galería de la indigencia es abrumadoramente variada.
La semana pasada hubo un  día en el que seis personas entre hombres y mujeres, me pidieron dinero, asomados a la ventana del carro. Cuando digo pedir dinero uso una expresión fácil pero que no necesariamente encaja en el acto que cada una de estas gentes concretó ante mí. En algunos casos sólo se trataba de pedir algo con la certeza del no como respuesta. Por lo tanto la mano se estiraba, el gesto lastimero se exacerbaba, los ojos se perdían y la marcha seguía mientras yo me revisa los bolsillos a ver si encontraba una moneda. Es un pedir en automático, con lo cual que la idea de “autómatas” coincide con esta descripción.
Hay hombres y mujeres en rol de pordioseros. Hay niños y jóvenes de ambos sexos. Altos y bajos; negros, morenos y rubios. Alguno lucen desnutridos, casi llevados por el viento. Otros muestran una indiscreta obesidad con la que suelen perder clientes que por razones obvias ponen en duda que esa persona esté pasando hambre.
Hay enfermos mentales. Otros son alcohólicos de todos los días, otros son hampones venidos a menos.
Todos están allí afuera y cada día son más. El viernes en el semáforo de “Yuan Lin” vi un rostro nuevo, el de una mujer joven, morena y bajita con actitud desafiante y uno que otro gesto amenazador. Pedía y se reía. Era, se los aseguro, una risa triste.
“El gobierno de Venezuela lanzó la Misión Negra Hipólita en enero de 2006. Su objetivo es rescatar los niños y niñas en situación de miseria y combatir la marginalidad familiar de infantes y ancianos. La meta es cero niños de la calle, cero ancianos de la calle, cero familias abandonadas viviendo en un túnel, en un sótano o en un puente”. Así reza la referencia a una Misión creada para evitar la indigencia, aludida en una página gubernamental (específicamente la del Minci).
Es una gran iniciativa de gobierno pero que, al menos en la ciudad de Mérida, parece tener una cuenta pendiente con la realidad.

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