martes, 10 de marzo de 2015

A malas colas, buena cara

       




Una cosa es resignarse a las colas (opción de la que, estoy seguro, nadie en su sano juicio está dispuesto a aceptar) y otra muy distinta es ponerle buena cara a una situación que por ahora luce inevitable.
Es decir, la erradicación de las colas pasa porque de manera sostenida y a muy largo plazo, la ciudadanía construya una sensación de seguridad en abastecimiento de todos los productos esenciales. Para decirlo de otra manera, la posibilidad de acabar con las colas no se reduce sólo a abastecer de forma constante los anaqueles de hipermercados, supermercados, abastos y bodegas de todo el país, sino a que el ciudadano llegue a la conclusión de que tal situación  no es una escena pasajera. Sólo así se irán borrando, de a poco, la extensión de las colas y su propia existencia.
Claro, para abastecer hay que producir y para producir debe haber una serie de condiciones económicas y de mercado en las que el Estado y el sector privado tengan las reglas claras, los recursos económicos, los insumos y hasta la seguridad jurídica para apostarle a la producción de lo que estamos necesitando. Soy de los que piensan que tales condiciones aún no están dadas.
Por supuesto que las colas son también expresión no sólo de la necesidad humana de abastecerse con lo que necesitamos de manera racional, sino que en este momento la distorsión de la economía lleva a muchos a meterse en una cola para comprar productos de escasa presencia en el mercado a un precio regulado o bajo, y luego revenderlos tres o cuatro veces más caro. Pasa con la leche, la mayonesa, la margarina, el aceite, el champú, el jabón en polvo,  el enjuague para el cabello, el jabón de baño, los desodorantes y, en general, con muchos productos del aseo o cuidado personal y de limpieza del hogar.
En el anterior escenario el responsable principal de esa distorsión económica es el propio gobierno por haber errado las acciones y decisiones que nos hagan un país productivo. Por otro lado si diéramos crédito a la muy socorrida versión de la existencia de una guerra económica, la pregunta sería: ¿Por qué razón no se ha ganado esa fulana guerra y eliminados – económica, política y jurídicamente- a esos enemigos empeñados en quitarnos el papel higiénico y las arepas, por decir lo menos?
Pero volvamos a lo de la buena cara. Nos referimos a la buena cara que debe ponerse cuando nos toca ir al odontólogo porque no hay de otra. ¿Acaso vamos a andar por allí con la cara larga apenas nos levantamos por el hecho de que nos tenemos que curar una muela? Mucho menos le haríamos la guerra a aquellos con los que  nos encontramos en el camino. Lo que quiero decir es que las colas son un tema coyuntural (ojalá que sea así) que hay que asumir de forma inteligente. Las colas, pues, no nos deben enfermar.

Sigamos esmerándonos por encontrar las opciones económicas que destierren el desabastecimiento de productos pero también, con el mismo ahínco, denunciemos y frenemos con nuestras acciones como consumidoras a los especuladores, acaparadoras, usureros y otras plagas de la economía.

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