Ya
hemos comentado en este mismo espacio que la ciudad es una de las más grandes
creaciones humanas. Siendo espacio de relacionamiento y comunicación para la constitución
de los enlaces que hacen posible la vida y la proyección de la especie, es
fácil reconocer el carácter complejo de un entramado urbano contemporáneo.
Pero
esta complejidad que enmarca el hecho urbano, no puede concebirse sin tener en
cuenta una serie de condiciones mínimas que hagan posible la vida ciudadana.
Es
decir, una ciudad requiere de un espacio físico en el cual asentarse y de una
distribución y uso de ese espacio a partir de los intereses comunes. Se
requiere una red vial eficiente, equipamiento, espacios para la recreación.
Igualmente
deben funcionar de forma eficiente servicios fundamentales vinculados a la
disponibilidad de agua, electricidad, telefonía, gas doméstico, estaciones de
servicio, seguridad, transporte, por mencionar los más prioritarios.
Siendo
así, la ciudad requiere, por lo tanto, autoridades eficientes, funcionarios
públicos capaces de canalizar la puesta en funcionamiento de esos servicios y
equipamientos.
El
trabajo de los que ostentan la organización de las ciudades (alcaldías,
concejos municipales, organismos descentralizados, institutos autónomos entre
otros entes) debe basarse en planes que puedan ver la totalidad de la urbe como
un sistema, pero no deben, por nada, descuidar los detalles cuya atención
dispara ante los ojos de los ciudadanos la percepción de que la ciudad está en
manos de gente competente.
A
lo que queremos llegar es al hecho cierto de que para usted y para mí, para
aquella señora que camina por la acera, o aquel joven que va camino al
gimnasio, para el chofer de la buseta o para la mamá que va con su bebé a la
guardería, la ciudad no se percibe ni se muestra con su bastedad y
ramificaciones complejas, sino a través de los detalles, pequeños, sencillos,
pero cruciales. Toda la percepción de lo bien o lo mal que los hacen las
autoridades queda, pues, sujeta a la suma de esos detalles que, siendo
atendidos de forma oportuna, delatan la calidad de gobierno que se tiene.
En
el caso de Mérida, los detalles negativos con los que se consigue un ciudadano
promedio, cuando sale al espacio público, son tantos y tan diversos, que no es
de extrañar que se concluya con la sentencia de que “aquí no hay gobierno”.
Una
plata reseca y muerta en una jardinera, la acumulación de basura en los bordes
de la calzada, un pipote de basura repleto y sin recoger, una pared llena de
publicidad desteñida, una acera sin pintura, un hueco en la vía… Todo suma pero
para mal.
Los
detalles son, en fin, una prioridad de la que a veces por su insignificancia
las autoridades no se percatan. Pero por allí se les va el gobierno…
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