En todo el mundo las organizaciones de consumidores
saben que una de las estrategias más contundentes en manos de los ciudadanos, a
la hora de obligar a que una mercancía baje de precio o se ajuste a unos costos
razonables, es el boicot.
El boicot no es otra cosa que la acción consciente por
parte de los consumidores de no comprar determinado producto si el precio
excede lo que la dinámica económica indica que es lo justo.
Recientemente compre un kilo de tomates a 30
bolívares y si compraba dos kilos los dejaban en 25 bolívares cada kilo. A inicios de año
el tomate llegó a costar 200 bolívares el kilo en algunos negocios.
La reducción de un 89% del precio del tomate no se
debió a algún boicot sino a la decisión propia de quienes lo producen. Deben
estimar que aún con ese precio algo habrán de ganar.
Pero durante la locura de los 200 bolívares el kilo,
muchos, pese al sorprendente costo, compraban tomates. En este caso, pese a la
libertad que tiene cada quien en pagar lo que considere por un producto, está
claro que más de un productor se llenó los bolsillos durante tres meses que
duró el precio disparado.
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