Hace
pocos días tuve que ir a visitar a un familiar hospitalizado en el quinto piso
del Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes (Iahula). Mientras cumplía
con la visita, en un momento tuve tiempo de asomarme por la ventana de la
habitación que mira hacia la avenida 16 de septiembre. Apareció ante mí una
vista inmejorable del aeropuerto de Mérida y de una buena parte de nuestra
hermosa ciudad de Mérida.
Comenté
que a la persona que hacía compañía a mi convaleciente familiar que la vista
era maravillosa y que debía ser un gran entretenimiento ver ir y venir a los
aviones. La persona se asomó por la ventana y luego me miró y me dijo:
“¿Aviones…? Hace rato que no despega uno”.
Claro:
dentro de nuestra inocencia ciudadana – y la de muchos – se nos olvida que el
aeropuerto Alberto Carnevali es una estructura solitaria, silenciosa, vacía.
Que
los aviones privados que eventualmente despegan sólo sirven para acentuar la
incongruente realidad de tener una terminal inoperante.
He
comentado más de una vez en este espacio de reflexiones que no estoy de acuerdo
con cerrar el aeropuerto de la ciudad de Mérida, o restringirle las operaciones
a partir de supuestos totalmente fuera de lugar, desde el punto de vista de los
avances de la aviación y por ende de la seguridad aérea.
Pero
recuerdo dos de esos argumentos. El primer supuesto en contra de nuestro
aeropuerto de Mérida es que éste no puede operar porque está “demasiado metido
en la ciudad”. ¡Vaya argumento para
sostener un cierre! Sólo basta con echar una mirada a ciudades como Nueva York
en la que no hay uno sino tres aeropuertos, y no son modestos aeropuertos, sino
terminales internacionales (el Aeropuerto Newark – también llamado Libertad -,
el aeropuerto LaGuardia y el famoso Aeropuerto Internacional John F. Kennedy).
Juntos esas terminales mueven más de 110 millones de pasajeros al año en una de
las aéreas urbanas más densas del mundo.
Entonces…
¿No se puede abrir el aeropuerto de Mérida porque hay viviendas a su
alrededor?... Pues no parece ese un argumento válido si revisamos la realidad
internacional, tal como el ejemplo neoyorquino. Claro está: el funcionamiento
implica una renovada seguridad, punto éste que es un aspecto accesible para un
país como Venezuela y una ciudad como Mérida.
El
segundo argumento es que ya existe el aeropuerto de El Vigía y, entonces… ¿Para
qué otro? Nuevamente dicho planteamiento, estrecho y poco competitivo, parte de
argumentos cuestionables sobre, por ejemplo, el potencial turístico, de
movilidad, económicos de un estado como Mérida. Si usted tiene la fortuna de
tener dos vacas ¿No sería mejor ponerlas a producir a las dos en vez de
sacrificar a una? Y ojo: no estoy en contra del aeropuerto de El Vigía, cuyo
potencial se pierde de vista. Pero El Vigía y Mérida son dos realidades y no
tienen que competir sino complementarse.
En
fin: asomarse por una ventana y ver al aeropuerto solo y vacío, no es nada
grato y tampoco es un negocio para la ciudad.
Viene
el Teleférico Mukumbarí, se nota que ha aumentado la construcción de hoteles (hasta 4 terminan en
estos momentos). Para esta faceta turística, Mérida, la Ciudad, necesita su
aeropuerto en pleno funcionamiento.
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