martes, 3 de abril de 2012

Violencia: la suma de la partes


NOTA: Este material es parte de mi columna semanal Nada por sentado publicada todos los lunes por el Diario de Los Andes: www.diariodelosandes.com.

Si la vemos de cerca, con la lupa de los detalles, con la urgencia de quien busca explicaciones sobre algo que le atormenta, la violencia no es una entidad totalmente monolítica.

Es decir, cuando nos referimos a la violencia pareciera que estamos hablando de un “algo” descomunal ubicado en un estadio de poder tan avasallante que cualquier intento por derrocarlo sería inútil.

Pero las apariencias engañan. Cierto es que la violencia ha “crecido” a tal punto que da la impresión de gobernarnos a sus anchas: nos impone horarios de salida y de entrada a nuestras casas, nos obliga a gastar miles de bolívares mensuales en el pago de mecanismos de seguridad que intentan repelar las consecuencias de esa especie de Hidra de Lerna moderna y, por sus efectos, nada mitológica.

Entrecomillé la palabra “crecido” porque allí hay una pista importante a la hora de ponderar, en su real dimensión, a la violencia nuestra de cada día. Si ha crecido es porque antes era menor, más pequeña. Y es así: si bien Venezuela no ha sido nunca un paraíso terrenal - en cuanto a los efectos de la violencia- está claro que las estadísticas (oficiales) dan cuenta de un crecimiento de los números que indican un incremento, un crecer de algo que antes no tenía esa magnitud. Recordemos que la violencia, en realidad, no tiene forma física y uno de los aspectos que utilizamos para descubrirla es el “reguero de muertos y heridos” que deja a su paso. Aunque suene contradictorio, al menos para el análisis, que la violencia haya crecido es una buena noticia en el sentido de que nos permite comprobar que así como creció, puede también disminuir.

La violencia crece a partir de los tributos que consciente o inconscientemente le ofrendamos. Detalles tan significativos como ciudades poco iluminadas y por lo mismo a oscuras; ausencia de espacios públicos dedicados al compartir entre ciudadanos, desaseo de esos espacios, manifestaciones de agresividad cuando vamos al volante, viveza e irrespeto a los derechos de los demás, alzar la voz sin necesidad, ofensas y chistes denigrantes, poca solidaridad. Hay más: ausencia o mal estado de canchas y estadios para que la juventud haga deporte, escuelas precarias. Hay temas profundos: discurso violento en los medios, exclusión de aquellos con los que no comulgo políticamente, corrupción no atendida en los cuerpos de seguridad, falta de empleo.

La lista puede tener el tamaño de nuestras angustias. Lo que queda claro es que si a la violencia se le empiezan a quitar esas partes, esos pedazos, esos trozos (de los que muchos somos dueños), la violencia no sólo no seguirá creciendo, que ya sería mucho decir, sino que empezará a disminuir.

Siendo así, el mecanismo para someter a nuestra Hidra no puede ser otro que el concurso de todos los ciudadanos, todas las instituciones. El Estado, representado por el gobierno de turno, tiene bajo su responsabilidad encarar los trozos más notorios que le dan forma a esa violencia. Pero los ciudadanos tenemos otra parte vital y decisiva en este ejercicio de exorcismo colectivo de uno de los males más entronizados en nuestra cotidianidad.

A propósito de este tema, el pasado jueves estuvo en Mérida el doctor en filosofía y teólogo, pero sobre todo Educador, Antonio Pérez Esclarín. Atendió una invitación del Colegio San José de La Sierra para actuar como ponente en el evento “Herramientas para el mejoramiento de la educación basada en valores y principios de paz” que congregó a más de 400 asistentes en el auditorio del Colegio La Inmaculada.

Como es su costumbre, Pérez Esclarín dio intensas orientaciones y consejos sobre el tema de la violencia. Yo me quedé con un aspecto revelador y que no deja lugar a dudas de que esa misma violencia que observamos temerosos desde la ventana de nuestra casa o apartamento, puede ser combatida con acciones individuales, tan íntimas como el profesar amor por los demás: Parafraseando al maestro Pérez Esclarín: “Puede haber 30 millones de armas allá afuera, pero mientras no hayan 30 millones de corazones llenos de rencor, esas armas no nos podrán hacer daño”.

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